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“Andaban los tiempos recios”, dice santa Teresa de Jesús hablando de los suyos (Libro de la vida, 33, 5). Los años estudiados en esta monografía fueron realmente “recios”, no sólo en la Iglesia universal (papado en Aviñón, Cisma de Occidente, Lutero y concilio de Trento), sino también en la metropolitana de Zaragoza que se vio afectada por estos acontecimientos. Desde diversas estancias se demandaba una reforma “in capite et in membris”.La erección de la metropolitana de Zaragoza (1318) significó la conversión de esta ciudad en el centro religioso de la Corona de Aragón. La prelatura zaragozana estuvo administrada por obispos feudales, aunque con talantes personales y pastorales distintos. Estos prelados fueron embajadores de la monarquía aragonesa en misiones especiales ante reyes y papas. Se convirtieron también, entre la decimotercera y la decimoquinta centuria, en los agentes oficiosos y oficiales de la monarquía en Aragón desde sus cargos de cancilleres o virreyes.Los arzobispos tomaron partido en los conflictos políticos y nobiliarios, lo que acarreó el asesinato de García Fernández de Heredia (†13-VI-1411) entre La Almunia de Doña Godina y Almonacid de la Sierra o la misteriosa desaparición de fray Alonso de Argüello dentro de los muros del convento zaragozano del Carmen (4-II-1429). La sangre se derramó también en la misma catedral del Salvador, donde se acuchilló al primer inquisidor de Aragón, Pedro de Arbués.Dos instituciones canónicas (visitas pastorales y concilios provinciales) irán aplicando la normativa general eclesiástica en las iglesias particulares. El cisterciense fray Hernando (1539-1575), último prelado de la casa real de Aragón, introducirá en la diocesis la necesaria reforma tridentina.